MAS SOBRE LOS MALOS OLORES EN GASTEIZ
el correo – Para quienes somos analfabetos en las tareas del campo, la palabra ‘purines’ nos suena a orines puros, una contradicción en sà misma. Revisando las reacciones del fétido olor que ha impregnado el aire de Vitoria (ya se sabe, verde por fuera, verde por dentro) en la edición digital de EL CORREO me sorprendo con el alto nivel de participación del personal. Aquà elevamos cada asunto a la categorÃa de controversia y el hedor ambiental no iba a quedar fuera de juego.
Lo malo viene cuando nos sentimos incapaces de rebatir simplemente con argumentos a quien acaba de opinar unos minutos antes, sin necesidad de recurrir al insulto o la faltada que favorece el anonimato de Internet. Ahora resulta que el aroma a mierda (hablemos en plata con una pinza en la nariz) separa en dos bandos a los defensores del abono natural de los pijos. Como si los propietarios de terrenos no tuvieran derecho a fertilizar el suelo de sus fincas y los residentes en Vitoria estuviesen obligados a oler para otro lado o mentir como bellacos. Está bien que se enriquezca el suelo por métodos naturales, pero de ahà a que consideremos el estiércol un producto similar a la lavanda va un trecho.
Quienes permanecemos en agosto en la ciudad necesitamos escapar por unas horas a lugares próximos donde la vida sustituya al páramo. Hace un par de semanas, en plena autovÃa hacia Altube, hube de levantar la ventanilla para aliviar la sensación de que conducÃa por un establo. Uno buscaba chimeneas fabriles que explicaran la pestilencia y no las hallaba a la altura del infrautilizado aeropuerto. Pero es que dÃas más tarde, sentado con una cerveza frÃa delante que mitigara los treinta y tantos grados canÃbales de Vitoria en la plaza de Zumaia (Lakua), las emanaciones volvÃan.
¿Será la cebada de la caña?, pensé asombrado. Más bien parecÃa la pestilencia desprendida de un ‘cebada gago’, toro de ganaderÃa prestigiosa que se encumbró hace años en los cosos españoles. Entre el calor y la falta de lluvia, el tufo ha sentado sus reales durante una temporada en esta Vitoria que un dÃa fue casi núcleo rural y que, pese a su urbana extensión geométrica, se resiste a abandonar las evocaciones campestres. Tanta razón tiene quien aboga por repartir purines como quien se queja de no poder abrir la ventana. ¿Tan difÃcil resulta explicar todo esto en Internet manteniendo las formas? ¿O es que ya se ha instalado entre nosotros una nueva dicotomÃa, la de rurales y pijos? Lo que nos faltaba.