El campo pasará factura
Durante décadas a los agricultores y ganaderos nos han hecho sentir despreciados, humillados y pisoteados. No me alejo de la realidad si afirmo que por una gran parte de la sociedad a los profesionales del sector primario se nos ha tildado, en no pocas ocasiones, de maliciosos, elementales, primitivos y básicos.
La llamada sociedad postmoderna ignora a los productores agrarios, y en todo caso los tolera benignamente por el simple hecho se ser cuidadores de un medio ambiente, en el que después los urbanitas pasan sus ratos de ocio los fines de semana.
La realidad actual es que la agricultura y ganaderÃa ha desaparecido del debate público. Escuchamos a los polÃticos y a los gurús mediáticos desgañitarse en los debates de la economÃa de futuro, pero ¿alguien los ha oÃdo nombrar alguna vez a la agricultura como pilar básico en la sociedad actual para producir los alimentos que consumen cientos de millones de personas? No. El campo ya no existe para las mentes pensantes. Todos dan por hecho que los productos agrarios sanos y baratos están ahÃ, y seguirán inundando los mercados. ¡Y se equivocan!.
Creo sinceramente que más pronto que tarde el campo se vengará en forma de escasez de alimentos, lo que generará metafóricamente una batalla campal con insospechadas consecuencias en cuanto a incremento de precios se refiere. Los poderes económicos y polÃticos no podrán quejarse entonces de agoreros vaticinios como éste, puesto que entre todos estamos incubando y alimentando un monstruo a base de desprecios e insensateces.
Resulta curioso y muy sospechoso comprobar lo que hoy en dÃa se denomina cadena de valor. Y es que el precio final que paga el consumidor debe retribuir a la cadena de supermercados, al fabricante, al transportista, al almacenista y a la todopoderosa distribución. ¿Adivinan ustedes cuál es el eslabón que menos percibe en esta cadena de valores? Efectivamente. El que está al principio. El productor de la materia prima. Sorprendentemente el más débil en cuanto a estructuras se refiere a la hora de negociar.
Percibimos por nuestros productos tan poco que en la mayorÃa de los casos no cubrimos los gastos. Y eso la sociedad lo debe saber. Y si acaso logramos a través de las organizaciones interprofesionales algún acuerdo, nos colocamos en el punto de mira del controvertido Tribunal de la Incompetencia, perdón, querÃa decir de la Competencia, dispuesto a la más mÃnima a imponernos sanciones económicas que nos dejan en una situación calamitosa tanto económica como moralmente.
Al respecto, quiero decir sin rodeo alguno que la polÃtica y las empresas nos exprimen sin piedad a los agricultores y ganaderos, y ante eso contemplamos impotentes la progresiva merma de nuestras economÃas familiares.
Mientras esto ocurre en un contexto de mercados salvajes y ultraliberales, aliñado con polÃticas agrÃcolas y ganaderas antisociales, tenemos en contra otro de los factores básicos para producir como es el agua. Aquà el futuro todavÃa es más sombrÃo.
Sin adentrarnos en las teorÃas del cambio climático y aún contemplando el mantenimiento del medio tal y como lo conocemos hoy en dÃa, la cantidad de agua destinada a la agricultura disminuye año tras año.
La modernización de los regadÃos podÃa ser una de las causas de esta situación de sequÃa estructural que sufre el campo, pero la realidad apunta a otros usos menos rurales. El aumento en el consumo urbano, turÃstico e industrial del agua, todos ellos antepuestos al agrario, hace que cada año los agricultores dispongamos de menos agua para nuestros cultivos. La escasa rentabilidad de nuestras producciones también limita al máximo su consumo, que por cierto no resulta nada barato en su uso agrario.
En este contexto de futuro incierto, otro factor importante son las técnicas de cultivo y la investigación en las variables de la producción, donde aún podrÃamos fijar nuestras esperanzas.
TodavÃa queda mucho camino por recorrer para incrementar la productividad por hectárea. Pero los actuales precios basura impiden financiar la innovación. Tan solo si el campo recupera ciertos niveles de rentabilidad se podrÃa seguir investigando y desarrollando técnicas de las que la sociedad en su conjunto se beneficiarÃa.
Todos los alimentos y digo bien, todos, proceden del sector primario. Ni toda la quÃmica, ni la electrónica, ni las nuevas tecnologÃas del momento juntas han logrado producir un solo grano para dar de comer al ser humano, y a los animales.
Nos estamos olvidando de algo fundamental, como es el hecho de que tenemos que comer todos los dÃas. Teniendo en cuenta un argumento tan peregrino pero tan irrebatible como éste, me atrevo a decir que no nos podemos permitir el lujo de consentir que el campo se siga muriendo.
Los precios deben ser justos y en esa cadena de valor debemos ser protagonistas, no mendigando sino por merecimientos propios, teniendo como mÃnimos unos precios que cubran los costes de producción. Para ello, el sector primario debe desempeñar en todos los planes económicos un papel trascendental.
En Francia ya se ha planteado como realidad inmediata, y no está de más empezar a considerar en nuestro paÃs al sector agroalimentario como estratégico, al igual que lo es el energético a nivel mundial. Y es ahà donde el Estado y las comunidades autónomas deben hacer valer su responsabilidad. El ejemplo de China comprando masivamente tierras a terceros paÃses nos debe hacer pensar. Su estrategia simple y llanamente es inmunizarse y asegurarse alimentos ante una hipotética venganza del campo. ¿Y nosotros? ¿Qué estamos haciendo? La respuesta es sencilla. Hasta el momento, nada de nada.
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